jueves, 6 de mayo de 2010

Muerte

Hago de ti mi mayor morbo y me revuelco en lo que se dice desdicha, porque aún no se decir tu nombre con elocuencia, el nombre tantas veces pronunciado por este cuerpo que odio por poseerte. Lo odio con el mezquino odio que la poca vida que tengo me permite, cuando te posee en mis sueños y sobre mis narices te seduce y te atrapa, no lo suficiente como para producirme un sólo recuerdo.
De ti espero la calma que la vida nunca se ha dignado entregarme, del peso de tu mano espero las caricias maternas que jamás aparecieron ante mis mejillas suplicantes.
Un cigarrillo en la mano y un precipicio en frente son los únicos ingredientes que necesito para regocijarme en tu existencia, que cumple como nada ni nadie la tarea de confirmar la mia.
Eres mi Diosa, esa que busque inútilmente en mi misma, en los demás, en las figuras, en lo que toco y en lo que desconozco, en mi pasado-presente y en los dolores de parto de la madre que otra vez se atraviesa a destajo por la escena de este exhaustivo teatro que interpreto cada día.
Cuando me alejo del espejo cada mañana, espero que seas tú quien ocupe el lugar de mi reflejo hasta que el mio regrese de la vagancia a la que se ha acostumbrado, confiando en que en uno de tus descuidos, arrebates sin querer mi imagen, para que se funda calidamente con la tuya, mia.

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