lunes, 10 de mayo de 2010

De mi primer año. El sexo vida.

Si tener sexo implica toda la maldita mierda que estoy sintiendo en este momento, soy capaz de optar por el celibato de por vida. Mierda, me encanta esa palabra.
Tengo mala memoria para las cosas importantes o al menos eso quiero creer, porque lo que de verdad me acontece es que trato de olvidar todo lo que se me cuele dentro de esa definición.
Mi incertidumbre acerca de este posible embarazo me ha hecho pensar demasiado, a pesar de que no me he permitido un minuto para concentrar mi atención sobre el asunto. Pero los pensamientos cruzan mi mente aleatoriamente, sin mi permiso y a pesar del escalofrío que me recorre cuando los observo venir y alejarse tan rápido, que no me dejan la opción de reaccionar ante su presencia.
He pensado sobre mí, sobre mi condición de mujer, sobre lo que siento por ti, por la vida, la vida, nunca he podido escapar a su insistencia en cuestionarme su sentido.
No creo en la política, por que para mí no existe un nivel tal de entendimiento en los hombres como para organizar lo que osan llamar naciones, estados, países, mundos, lo que sea. Esos entes que se agrupan ridículamente a discutir el funcionamiento de un aparato artificial de restricciones y permisiones, de intereses basados en el mismo vicio artificial de su organización, esos seres que intentan definir a la humanidad por sobre lo que es para presionarla a dar lo que no somos.
El mundo civilizado es para mi algo en lo que no debimos convertirnos. La humanidad se mira a si misma con demasiados vicios, demasiadas preguntas, demasiados proyectos, demasiadas ansias, no sé.....
Muy alejada de todo lo que somos potencialmente cuando somos niños.
Puedo jurar con mi rostro alzado sobre la faz divina que el único ser que me ha devuelto en un segundo mágico el hálito de vida, es un bebé.
Una forma de vida superior a la nuestra.
Una forma de vida que tiene la vitalidad de ser eso, vida, vida, vida, a pesar de no poder sobrevivir por sí misma. He ahí la gran paradoja de existir en ésta, mi tierra, que seamos nosotros quienes decidamos su destino, nosotros que ya hemos muerto, pero que pudimos ser vida porque alguien más decidió por nosotros conservar el soplo, para luego morir en el intento de sobrevivir.
Me pregunto si puedo negarme a dar vida, me respondo que la vida que aquí se vive, que mi vida, no es vida, pero que quizá si lo fue, que pudo serlo, que lo puede ser aún y escucho tu voz que de seguro se alza por esa alternativa. Pero no suena lo suficientemente fuerte para acallar la mía, ninguna voz ha sido capaz de hacerlo hasta ahora.
Me respondo que somos todo esto y muchas más vidas de las que he visto.... y he tratado de no perderme ninguna de las que me han parecido distintas.
Tengo ganas de morir.
Tantas, tantas, tantas ganas....
Es tan difícil decidir cuando se piensa, por eso Nietzsche se decidió por las entrañas como las mejores consejeras y yo me uno a su larga y tormentosa agonía de vida que me lleva a aceptarlas como mi mejor maestro.
Y ellas me dicen que para mí el crimen sería permitirle vivir a un hijo mío.
Y por ello traiciono a esas mismas traviesas entrañas que me dicen cuando estoy contigo que quieren sentir que me tocas hasta lo más profundo.
Porque ellas no piensan, pero son mas coherentes que mis pensamientos es su sentir.
Sienten, sienten que no pueden admitir vida en su interior, por que están muertas, porque no hacen más que mantener en pie un cuerpo que les agolpa a cada minuto el peso de querer derrumbarse.
Me ha impactado profundamente la posibilidad de tener un hijo, el solo hecho de pensar en tener a mi cargo un ser que me necesite para vivir, par morir, para intentar ser.
Quizás por esto los hijos pertenecen a dos personas.
Quizás por esto la decisión es mía.
Porque lo es, más allá de que me denuncies si es que lo mato, más allá de que me ayudes a hacerlo, de que pagues por su muerte.
Está dentro de mi cuerpo, yo lo contengo y puedo decidir su suerte de tantas formas como puedo decidir la mía.
Todos los tecnicismos de los que me he enterado hasta ahora sobre la anticoncepción, de los cuales deduzco que ningún método es seguro, no sólo concluyo la muerte de este posible ser, sino también la muerte de todas las posibilidades de los que vengan, la pequeña probabilidad de generar vida, de engendrar un hijo, me aterra a tal punto de hacerme decidir una vida entera sin sexo, si el sexo implica vida, una nueva vida para poblar este mundo tan poblado y tan desierto.

NO quiero hijos. Ni ahora ni nunca.
Y si de mi dependiera la raza que se acaben los cuerpos y nos permitamos por fin probar la suerte de la supuesta alma.
Cobardía o valentía.
Es igual.

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