lunes, 17 de mayo de 2010

El pensamiento no conoce límites más que los del pensamiento.

Mi inmenso yo

No me siento apta para ser consumida, soy simplemente indigerible. Y la explicación es elemental, no puedo establecer ningún tipo de relación con el universo, estoy, en una palabra, sola.

Desde pequeña, siempre me he sentido indecible y he peleado con esta pataleta infantil de sentir que "nadie te entiende". Pero menospreciamos la lucidez del juicio visceral adolescente.

Mi vida ha sido una comprobación de lo mismo. Sólo me siento apta para la observación, cada vez que intento comunicarme con alguien que no sea yo, me siento una hipócrita, el "amor" que siento por tí no me sabe como la palabra.
Aún me cuestiono qué es un orgasmo y es que ningún estimulo externo me sabe lo suficientemente presente como para renunciar a la elocuencia de mí misma.

Es la cárcel perceptiva de mi cuerpo de la que he sufrido una apropiación inédita que ha hecho mi yo omnipresente, como si yo fuera realmente este todo en el que me revuelco desesperadamente sin poder marcharme o me acomodo tranquilamente sobre el suelo de lo resuelto.

Y es que al final sólo me queda eso, puedo divagar de cosa en cosa en este mundo tan innecesariamente repleto de ellas, pero no puedo sino regresar a mi casa sin verme más que a mi misma. Y si en el camino me encuentro con tu recuerdo lo cargo pesadamente con ademán de niña regañada hasta el punto que tu ilusión desaparece necesariamente detrás de mí.

Y observar es todo lo que me cabe. Algunas veces, cuando la idea de la religión inundó mi mente, me llené de mí misma como de un Dios y al verme obligada a salir de mí, no supe decir palabra, no pude recibir contacto, no quise osar comunicación.

Ahora me doy cuenta. He sentido contigo, al punto de hacerme doler la existencia, pero no es suficiente, nunca lo es, no me conformo porque vuelvo a mí como a miles de espejos, saboreo el instante en el que no estás y vivo para prolongarlo. Eres la relación más sana y productiva que pude haber tenido y aún así me siento enferma de ti.

¿Crees que esto es una excusa barata para alejarme de ti? Créeme que la agilidad de fabricación de estas íntimas líneas no implica un grado menor de interiorización, sino todo lo contrario.

El problema, como siempre es el tiempo, mañana será otro día y con él, caeré en todas las ilusiones ajenas menos excelsas que la propia, me dejaré absorver por ellas.
Quizás esto es lo que las monjas llaman vocación, el llamado que siempre imagine hacia el claustro no era más que esto, sentir con ganas el amor a la distancia, a la ensoñación interna, a la observación.

En los momentos de inspiración el decoro es un moco, la vida un espantapájaros, las personas, imágenes, que no dicen más que la belleza de su observación, en todo lo que hagan, en todo lo que digan e incluso en todo lo que te digan hasta que obligan a hacer salir alguna palabra de la boca propia.

Piensa en mí, fumando distraida del mundo externo en el andén del tren y observa lo que sientes, ahora expande al máximo el placer que sentiste en ese momento e imagina que yo lo siento por lo extraño, más que por lo conocido.
La carga imaginativa es lo más encantador que he descubierto en la vida. Mi relación con el misterio es quizás enfermiza, pero soy hedonista, como todos y quiero prolongar este placer, que para mí es toda una experiencia.

No digo que desee el silencio de la soledad por siempre, estoy segura de que mi memoria me recordará oportunamente el sentimiento exquisito de una caricia tuya, de tu cuerpo sobre el mío, de tu respiración en mi oreja, de tu risa junto a la mía, de tus palabras, de tu silencio, de tu mirada. Pero no deseo una relación en la que sea necesario un te amo, no puedo obligarme a ello, no después de haber sopesado lo excelso.

Quisiera saber que me entiendes, quisiera escuchar que alzas tu voz para decirme que me vaya lejos y no regrese jamás. Pero no dejo de imaginarme tu desconcierto y a la razón obedece, soy desconcertante. Lo otro que imagino es que te ríes, si sólo te ríes, antes de no entender, entonces no mereces ninguna excusa y me aborrezco por esta confesión.

lunes, 10 de mayo de 2010

De mi primer año. El sexo vida.

Si tener sexo implica toda la maldita mierda que estoy sintiendo en este momento, soy capaz de optar por el celibato de por vida. Mierda, me encanta esa palabra.
Tengo mala memoria para las cosas importantes o al menos eso quiero creer, porque lo que de verdad me acontece es que trato de olvidar todo lo que se me cuele dentro de esa definición.
Mi incertidumbre acerca de este posible embarazo me ha hecho pensar demasiado, a pesar de que no me he permitido un minuto para concentrar mi atención sobre el asunto. Pero los pensamientos cruzan mi mente aleatoriamente, sin mi permiso y a pesar del escalofrío que me recorre cuando los observo venir y alejarse tan rápido, que no me dejan la opción de reaccionar ante su presencia.
He pensado sobre mí, sobre mi condición de mujer, sobre lo que siento por ti, por la vida, la vida, nunca he podido escapar a su insistencia en cuestionarme su sentido.
No creo en la política, por que para mí no existe un nivel tal de entendimiento en los hombres como para organizar lo que osan llamar naciones, estados, países, mundos, lo que sea. Esos entes que se agrupan ridículamente a discutir el funcionamiento de un aparato artificial de restricciones y permisiones, de intereses basados en el mismo vicio artificial de su organización, esos seres que intentan definir a la humanidad por sobre lo que es para presionarla a dar lo que no somos.
El mundo civilizado es para mi algo en lo que no debimos convertirnos. La humanidad se mira a si misma con demasiados vicios, demasiadas preguntas, demasiados proyectos, demasiadas ansias, no sé.....
Muy alejada de todo lo que somos potencialmente cuando somos niños.
Puedo jurar con mi rostro alzado sobre la faz divina que el único ser que me ha devuelto en un segundo mágico el hálito de vida, es un bebé.
Una forma de vida superior a la nuestra.
Una forma de vida que tiene la vitalidad de ser eso, vida, vida, vida, a pesar de no poder sobrevivir por sí misma. He ahí la gran paradoja de existir en ésta, mi tierra, que seamos nosotros quienes decidamos su destino, nosotros que ya hemos muerto, pero que pudimos ser vida porque alguien más decidió por nosotros conservar el soplo, para luego morir en el intento de sobrevivir.
Me pregunto si puedo negarme a dar vida, me respondo que la vida que aquí se vive, que mi vida, no es vida, pero que quizá si lo fue, que pudo serlo, que lo puede ser aún y escucho tu voz que de seguro se alza por esa alternativa. Pero no suena lo suficientemente fuerte para acallar la mía, ninguna voz ha sido capaz de hacerlo hasta ahora.
Me respondo que somos todo esto y muchas más vidas de las que he visto.... y he tratado de no perderme ninguna de las que me han parecido distintas.
Tengo ganas de morir.
Tantas, tantas, tantas ganas....
Es tan difícil decidir cuando se piensa, por eso Nietzsche se decidió por las entrañas como las mejores consejeras y yo me uno a su larga y tormentosa agonía de vida que me lleva a aceptarlas como mi mejor maestro.
Y ellas me dicen que para mí el crimen sería permitirle vivir a un hijo mío.
Y por ello traiciono a esas mismas traviesas entrañas que me dicen cuando estoy contigo que quieren sentir que me tocas hasta lo más profundo.
Porque ellas no piensan, pero son mas coherentes que mis pensamientos es su sentir.
Sienten, sienten que no pueden admitir vida en su interior, por que están muertas, porque no hacen más que mantener en pie un cuerpo que les agolpa a cada minuto el peso de querer derrumbarse.
Me ha impactado profundamente la posibilidad de tener un hijo, el solo hecho de pensar en tener a mi cargo un ser que me necesite para vivir, par morir, para intentar ser.
Quizás por esto los hijos pertenecen a dos personas.
Quizás por esto la decisión es mía.
Porque lo es, más allá de que me denuncies si es que lo mato, más allá de que me ayudes a hacerlo, de que pagues por su muerte.
Está dentro de mi cuerpo, yo lo contengo y puedo decidir su suerte de tantas formas como puedo decidir la mía.
Todos los tecnicismos de los que me he enterado hasta ahora sobre la anticoncepción, de los cuales deduzco que ningún método es seguro, no sólo concluyo la muerte de este posible ser, sino también la muerte de todas las posibilidades de los que vengan, la pequeña probabilidad de generar vida, de engendrar un hijo, me aterra a tal punto de hacerme decidir una vida entera sin sexo, si el sexo implica vida, una nueva vida para poblar este mundo tan poblado y tan desierto.

NO quiero hijos. Ni ahora ni nunca.
Y si de mi dependiera la raza que se acaben los cuerpos y nos permitamos por fin probar la suerte de la supuesta alma.
Cobardía o valentía.
Es igual.

De mi deliciosa infancia escritural

Quiero quererte
Respóndeme las preguntas apelmazadas
¿Qué quieres que sea?
O quieres que sea lo que yo quiero ser
¿Que es lo que quiero?
O quiero ser lo que tú quieres que sea
Lo que tú quieras quiero
Pero no puedo querer lo que tú quieres que quiera
Quiero lo que yo quiero
Y lo que yo quiero, quiero que quieras querer
Te quiero quitasol de quimeras
Quemante te quiero quitasol
Quiero saber
Quiero que me quieras queriendo quererte
Y tú, querible querer
Quieres que te quiera la quincuagésima quinta de tu querer
¿Cómo es que quiero sólo querer quererte?
No es que pueda sólo quererte
Es que sólo quiero querer quererte
Porque si quererte quisiera te querría,
¿Cómo puedo no poder quererte
Si quererte quiero?
Pero no te quiero
Si sólo quererte es lo que quiero.
Poly

domingo, 9 de mayo de 2010

Es curioso esto que llaman vida

Es curioso esto que llaman vida

El jueves, después de llorar desconsoladamente durante horas que no conté sino hasta que se puso el sol, decidí salir de la pieza, caminé por todo Huérfanos y doblé por Santa Lucía. Mire de todas las formas posibles la existencia, interrogando, como me han enseñado, a la perspectiva.

No le tuve miedo a la urbe, porque me sumí en ella como en los brazos de ese amigo que nunca tuve y sentí su respetuosa acogida. Y es que nadie es capaz de robarle a una mirada extraviada y a la seguridad de unos pasos zigzagueantes como los míos.

Observé a destajo a todos esos seres que repararon en la lentitud de mi caminar, en mi mirada demasiado atenta, en mi atuendo demasiado descuidado. Eran personas heterogéneas. Hubo un hombre de abrigo largo, zapatos bien lustrados, maletín en la mano, pelo peinado a la fuerza por el uso de la formalidad, ceño fruncido y por supuesto, lentes, demasiado alto para la media de los santiaguinos que a esa hora se ahogan con las palomas. Había una mujer de la que colgaban demasiadas bolsas y como una más de ellas un niño tan desordenado como ella a causa de los tirones que repetidamente le propinaba su madre, quien luego daba un suspiro que le volaba la chasquilla.
En todos ellos encontré exactamente la misma mirada, extrañada, ausente, confusa, desesperada.

Las miradas de quienes miro por los paseos santiaguinos me devuelven la conclusión de que el mundo entero es un teatro del que no hemos hecho nuestro hogar, pero nos hemos acostumbrado a caminar por él como si lo fuera, somos extranjeros de nosotros mismos, no nos conocemos. Nos inventamos deseos, objetivos, trazamos caminos para llegar a ellos, pero si cualquiera mira detenidamente y nos emplaza de forma directa con una sola e instantánea mirada sagaz, nos sentimos de inmediato interrogados sobre ese asunto que relegamos al olvido al caminar descuidados en los quehaceres que nos ofrece la escena de la vida.

Me vestí de Dios y caminé por Santiago, miré a los santiaguinos. Cuando se esfumó ese segundo en el que se encontraron nuestras miradas, el extraño vuelca la suya hacia la mía, que se ha convertido en una espalda. A veces siento su desconcierto, a veces siento su enojo, a veces siento su dolor, todos quisieran tocarme, darme vuelta y comprobar que soy una de ellos, pero ninguno lo hace, tienen miedo de que no lo sea, no alcanzan a reaccionar. Todos sacuden la cabeza, unos segundos antes, otros segundos después, y la extraña es apilada sin más entre los muchos fantasmas que cuelgan en su espalda como si no les pertenecieran.

Quizás algún día serán capaces de retener la imagen de otro fantasma y el llamaran iluminado y serán capaces de acercarse a su Dios mediante él. Hace algún tiempo jugué ese papel y no voy a decir que no me divertí con mis adeptos, pero como siempre anocheció y mi esencia mudó otra vez hacia si misma y hacia su profunda, serena y lejana inactividad.


En Mí fue lo único en lo que pensé ese día, creo que al final del día, después de pensar, contar, mirar, soñar, creer, llorar, lo único que me queda es lo que encuentro detrás del llanto.
Me encanta la calma que nos invade después de derramar cuantiosas lágrimas, de todo lo que me han regalado los griegos me quedo con la palabra catarsis, ese día decidí prolongarla. Es ese momento, que lo quisiera infinito, de profunda tristeza asumida, el de la resignación, en ese delicioso momento en el que logro descubrir mi sino, se me hace evidente que no puedo ser otro que el de mi amada tragedia.

He pensado sin cesar en esto, que en algún sublime momento me dedique a confesarte, la vida y las personas, me cansan. Mi compañera de cuarto me ha declarado su amor incesantemente estas últimas semanas mientras que para mí una palabra, una caricia, una sonrisa, un agradecimiento, una mirada, cualquier acción que implique estar de pie sobre la escena de la existencia, se vuelve mas pesada cada día.

Estoy aquí como en mis entrañas, porque es el lugar donde me siento cómoda. No puedo hacer el esfuerzo de nada más, porque nada se digna a entregarme una pizca de sentido. No es que le busque explicaciones a la existencia, lo único que le pido a la serie de objetos que me rodean es que me atraigan lo suficiente como para desplazarme hacia ellos, pero no hay caso, permanecen iguales e indiferentes,

Ahora pienso en mi condición como la miran los otros, es tan fácil dictaminar que sea solo un tema de voluntad. Puedo levantarme en cualquier minuto de esta cama, pero ¿por que hacerlo? sin duda nadie lo tiene demasiado claro.

"Vuelva una tragedia" son las únicas palabras que resuenan aún en mi memoria de tu escueto mensaje que me niego a releer. Y sonrío ahora como sonreí cuando lo leí, como sonrío cada vez que alguien me dictamina esta enfermedad. Sin duda somos pocos quienes hemos bebido del elixir mareador de la tragedia, solo nosotros sabemos apreciarla en todo el esplendor de su despliegue. Y recuerdo a los hiperbóreos.

Exagero, claramente exagero, profundamente, pero saboreo cada una de mis exageradas palabras y me convenzo de mis ausentes razones, simplemente para revolcarme a mi antojo en este precioso estado que no tiene otro nombre más que el mío y al que no llamo por el nombre que me llaman que me es ajeno también.

Igual me son la vida y la muerte.

Caminé hacia tu departamento, aún atiborrada de las sensaciones recogidas después de mi pequeña odisea urbana. Te observé imaginariamente, supuse la vergüenza que debía sentir si es que tus convivientes llegaran a percatarse de mi pathética (con h) presencia, pero no alcancé a sentirla, estaba demasiado lejos de la materialidad de la escena.
Me devolví a Ñuble y luego de mirar el teléfono por unos segundos, marqué tu número y esperé a que me contestaras. Cuando sonó tu voz casi me asusté de escucharla, me había topado con ella a tientas, y cuando hube de arrancar la mía, aprendí de nuevo el abecedario completo.
Eras tú, quería verte. ¿Y tú? ¿Querías verme? No. Te ocupabas en otra cosa. La conversación contigo perdió todo su sentido después de averiguarlo y le hice una reverencia a la tacañería del teléfono público cuando me alejé de él.
Después de eso, más de lo mismo. Eres la única existencia que recuerdo, subliminalmente. Te recuerdo, en la cama, el calor de tu cuerpo junto al mío, tu mirada, saber que tu brazo me envuelve mientras duermo. En pequeños gestos te recuerdo, porque tus palabras pierden sentido con el tiempo, frente a las vívidas imágenes que atesora mi memoria, esas que amontono mediante los sentidos que agudizo cuando me escapo hacia este yo, que es el que amo.
Caigo en cuenta que eres el único que recuerdo y me doy cuenta de lo maltratada que está mi memoria.

Es curioso esto a lo que llaman vida.

jueves, 6 de mayo de 2010

Muerte

Hago de ti mi mayor morbo y me revuelco en lo que se dice desdicha, porque aún no se decir tu nombre con elocuencia, el nombre tantas veces pronunciado por este cuerpo que odio por poseerte. Lo odio con el mezquino odio que la poca vida que tengo me permite, cuando te posee en mis sueños y sobre mis narices te seduce y te atrapa, no lo suficiente como para producirme un sólo recuerdo.
De ti espero la calma que la vida nunca se ha dignado entregarme, del peso de tu mano espero las caricias maternas que jamás aparecieron ante mis mejillas suplicantes.
Un cigarrillo en la mano y un precipicio en frente son los únicos ingredientes que necesito para regocijarme en tu existencia, que cumple como nada ni nadie la tarea de confirmar la mia.
Eres mi Diosa, esa que busque inútilmente en mi misma, en los demás, en las figuras, en lo que toco y en lo que desconozco, en mi pasado-presente y en los dolores de parto de la madre que otra vez se atraviesa a destajo por la escena de este exhaustivo teatro que interpreto cada día.
Cuando me alejo del espejo cada mañana, espero que seas tú quien ocupe el lugar de mi reflejo hasta que el mio regrese de la vagancia a la que se ha acostumbrado, confiando en que en uno de tus descuidos, arrebates sin querer mi imagen, para que se funda calidamente con la tuya, mia.