
sábado, 9 de marzo de 2013
Para no olvidar.
Hay momentos en la vida que son como las conclusiones, éste es uno de esos. Un instante corto y preciso en el que todo parece encajar en una verdad sobre uno mismo en el universo. Me siento bien, al parecer finalmente dejé de sentir amor, fui capaz de cerrar ciclos, trazar nuevos objetivos, usar y abusar de mis fuerzas, sentir lo suficiente para sacar lecciones, no demasiado como para estancarme en decepciones. Mantener el dolor en ese umbral donde todavía es bello, productivo, poético. Alejarse de la miseria es un trabajo extenuante. Por primera vez en mi vida escuché mis instrucciones y las seguí al pie de la letra. Fueron, estoy segura, las más difíciles de cumplir, porque han sentado un precedente. Si enamorarse es reconocer en el otro a un ser único, entonces por fin me enamoré de mí misma. Finalmente todo lo que me hacía sentirme alienada, la distancia, el extrañamiento, la soledad, me constituye en un sujeto verdaderamente libre. Jamás me había sentido tan coherente como persona, tan dueña de un lenguaje, tan segura de mí misma. Conozco el poder de la predisposición, y por eso me siento como en una escena de Skins, cuando Effy le dice a Tony "Te ves bien, Tony, como si estuvieras listo para todo."
domingo, 3 de febrero de 2013
Expulsada, el aprendizaje inmediato.
Tengo miedo de la amargura. Este pensamiento es uno de los que más cerca me ha posicionado de la idea de suicidio. Si quiero seguir adelante, me permito la melancolía, la pena, la soledad. Pero no la amargura. Esa que proviene de la frustración, la que acompañó el rostro de mi crianza durante toda mi vida.
Pocas veces en la vida una crisis me había llevado a sentirme tan débil. Si la depresión existe, es precisamente ésto. Vagar tres días en busca de alojamiento ha hecho una mayor mella en mí que todo el año de sufrimiento por tu abandono. He pasado de ser una persona que lo dice todo en voz alta, a callármelo todo porque los oídos de quienes me acusan no le hacen justicia a mis palabras.
La vida moderna está enferma de tantos males despreciables. Con razón Nietzsche terminó tan obsenamente loco después de descubrirlo. No puedo dejar pasar las verdades, mi obstinación me obliga a atesorarlas.
Ayer tuve que tumbarme por tercera noche consecutiva en un sillón que ni siquiera es el mejor de esta mezquina casa a la que no he sido invitada mientras dos camas permanecían vacías. Después de recibir la advertencia "no deje mucho rato prendida la luz polita" tuve que renunciar al único placer que me habría entregado ese largo día: la lectura.
Hace algunos minutos la dueña de casa se dirigió a mí darme su opinión del asunto. A prohibirme que volviera a traer ropa de mi hermano para lavar, a pesar de que le compré un detergente. A decirme que en su condición de madre no podía más que estar del lado de mía y a aconsejarme que no apoyara tanto a mi hermano, sin cuyo apoyo mutuo estaríamos probablemente deshechos. Ninguna referencia a mi paupérrimo estado anímico.
Recibí un mensaje de mi madre, donde decía lo mucho que sentía todo lo que estaba pasando, intentaba justificarse y limpiar su consciencia y se despedía.
Se me ocurrió visitar además a un "amigo" del que pretendía obtener algo de cariño, quien tuvo la gran idea de descargar sobre mí toda su contención sexual, enojarse porque lo rechazé y finalmente echarme un tiempo después para esconderle a su madre mi visita.
He descubierto que no tengo orgullo, porque no me siento humillada. Creo sinceramente que el "otro" que permanentemete me ha dañado no lo ha hecho con la intención de hacerlo. Es algo intrínseco de su composición, un reflejo de lo que es, consecuencia de su existir, de su calidad humana, quizás lo que lo define como tal, como uno más de la especie y no como un individuo único e importante.
No he hecho más que llorar. Llorar cada vez que esta cruda realidad me enfrenta al rostro indolente del otro, el otro sintiéndose justo, el otro juzgando, el otro justificándose. El distante otro, cuya composición propia es tan existosa que es capaz de existir sobre los hombros de sus ajenos.
Mi soledad, que hasta hace poco era una poderosa opción que me permitía apropiarme de mi pequeño espacio y de las situaciones adquiere un nuevo rostro ahora que es impuesta. El rostro del desapego, de la distancia, del extrañamiento, de la fuerza. Y cuando lloro a solas y solenciosamente me siento peligrosamente cerca de la amargura.
Es impetuosamente necesario para mi sobrevivencia, que absorva esta experiencia como una oportunidad para constituir mi valiosa identidad, creo que pocas personas en su vida experimentan situaciones como las que yo he tenido que soportar, que son finalmente las que nos enfrentan al análisis de nuestra carga valórica.
Creo que de no ser por todo este torrente de acontecimientos, nunca te habría podido olvidar. Pero tu rechazo me hace más sentido después de todo lo que me ha acontecido. Tengo claro que como persona eres valioso, del tipo que permiten limpiar incluso las decepciones. Pero en cuanto a mí te dispones a encontrarte desprovisto de toda cualidad.
Cuando me dejaste, tenía miedo de la soledad. Pero después de todo lo que he vivido en este corto período de tiempo, la considero estrictamente necesaria como una opción política. Hasta hace poco aún sentía a veces la necesidad de afecto. Pero ahora que me quedan claros todos los peligros a los que nos enfrentamos con ellos, quiero quedarme donde estoy, rodeada de la gente valiosa que tuve la suerte de conocer. Pero sobre todo sola, puedo obtener de mí misma la satisfacción que sustituye al afecto, son mis ojos y mis sentidos los que pueden disfrutar las escenas de una forma en que no lo saben hacer los ajenos.
El silencio es, por lejos, la mejor consecuencia de mis desgracias. Me siento contemplativa y segura, porque aprendí a no ponerme en evidencia con nadie que no lo merezca, a ahorrarme los comentarios frívolos, a opinar cuando me parece que la situación o el tema ameritan el esfuerzo, a callar, casi siempre, sobre todo lo que a mi sentir concierne.
No puedo leer, no tengo el espacio ni la concentración. Esperemos que este apremiante problema se solucione pronto. Consiguiendo es espacio, obligaré a la concentración.
Pero sí, dado que finalmente obtuve un tiempo a solas, lo usaré para absorver en contemplación todo lo que me ha sucedido. Adiós.
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